Carlos Santibáñez Andonegui
Jorge Daniel Cabrera Martínez, “eL eNe”, De lugar ninguno, ilustración de portada: Karla Mora Yerena, Fotografía de autor: Mariposa Valladares, ilustraciones interiores: Hugo Armando Salazar Olvera, “El Susto”, Legna Ávalos, y Karla Yerena, alb@tros PRESS (Col. Babelia poética 6), Hidalgo, México, 2013.
Hechos a un lado los rigores del canon, ¿habrá algo a tomarse como apropiado, legítimo o esperado en poesía? ¿Y si decimos que sí, ese algo no será mera substitución retórica?
Habría que replantear qué es lo que uno entiende en la crítica poética como separación del canon. Entiendo que las reglas pueden llegar a ser un “distractor” para reconocer el auténtico talento, del modo que son un subterfugio para fingir que éste existe, pero también, el poeta sigue haciendo siempre figuras de construcción y de sintaxis aunque no le interese saber cómo se llaman, o le horrorice que se las mienten.
Si el autor expresara despreocupadamente: “La maleza se metió en mis zapatos/ agujereando mis calcetines,/ pronto/ me dejará descalzo”, estaría efectuando un movimiento retórico de alcance parecido a la figura de la suspensión, en tanto deja anunciado el objeto y luego lo sobra. Pero como es metáfora de algo mayor, ya que no dice “la maleza”, sino “La tristeza”, una tristeza total, existencial, al decirlo el poeta un poco nos está dejando descalzos a todos: “La tristeza se metió en mis zapatos/ agujereando mis calcetines,/ pronto me dejará descalzo”.
Plantea en “Canto nocturno”: ‘Que la noche te bañe de luna,/ que la luna te cubra de besos,/ que los besos te manchen de mí”.
Dejo de tarea averiguar a quienes odian las figuras retóricas, y creen que este poeta está libre de toda esa monserga, si lo que acaba de hacer es propiamente la figura llamada concatenación. ¿Qué figura produce en: “El tiempo no cura todo,/ después de todo” (al repetir la misma palabra final en los dos versos. Entonces: duele mostrarle a la juventud que hay cosas de las que no podemos escapar, aunque nos creamos fuera de ellas.
Y si esto ocurre en la forma, en el fondo es aún peor. Cuando el poeta se tuerce medio forzadamente a parecer malo, a veces (no es el caso del eNe, lo advierto), en vez de ser un verdadero poeta maldito, pasa a ser un verdadero poeta malito, porque repito, no es el caso del eNe, pero no siento yo cuando veo que por ejemplo el título de un poemario suyo anterior, Poemeando, que la novedad en el vocablo, reciba su mejor interpretación en una figura que lo ilustre, a base de un ser humano orinando, y que incluso el poeta plantee una relación entre la poesía y la orina, ni como lo más afortunado que pudo ocurrir, ni siquiera con un auténtico potencial transgresor. “Poemeando”, que es un gerundio inventado por él, se me figura más rico en la interpretación derivativa del acto de poetizar, sin extenderla innecesariamente –para mí- a una necesidad fisiológica como es orinar. Porque orinar, (mear) orinamos todos, pero poetizar, o poemear (sin la connotación de mear) no lo hace casi nadie.
Entonces, creo que una de las cosas más interesantes pero difíciles para la juventud, a quien le hemos dejado el paquete de avivar el potencial transgresor de la poesía, es precisamente estudiar como creadores, con la responsabilidad que esto implica, qué es lo verdaderamente transgresor, y qué es, por ejemplo (y vuelvo a decir, no es el caso del eNe) una vacilada.
Algo que ayuda, es entender lo que es el poema, porque no se ha podido descartar la noción de que es un mecanismo que se yergue, que se levanta del texto en un ánimo susceptible de ser reproducido, y ahí ya es equilibrio entre forma y fondo. Se requiere de una intensidad tal, que soporte el privilegio de su repetición primero por miles, después por millones. Y qué pena, pero eso es un poema. La franqueza que en el relato es indispensable, en la poesía es capaz de arruinarlo todo: “Me resultan asquerosos ciertos poetas,/ casi tanto como su poesía”. No, por dos razones: primero, no hay palabras prohibidas en poesía, pero si no “entran” al mecanismo que hace del poema algo “para después”, no están bien usadas. La palabra /asquerosos/ no la encuentro hábil para definir poéticamente, porque asqueroso, no es sólo lo que a mí me da asco, sino aquello que siento a quien yo le doy asco, en el sentido en que decimos: “no seas asqueroso”, de una persona que siente muchos ascos, no sólo de una persona tan execrable que produce asco. Y la otra: En “me resultan asquerosos ciertos poetas,/ casi tanto como su poesía”, hay el riesgo de que la poesía, en sí, no es asquerosa, y lo que equis personas creen que sea poesía, pues sencillamente no lo es, de donde tenemos que la palabra poesía, si en algún lugar debe ser usada con cuidado, es precisamente, en la poesía. Aunque no hay palabras prohibidas en poesía, hay que cuidarlas. Si se trata de poesía, a nadie debe parecerle asquerosa, ya que esta última es casi siempre una palabra asquerosa para ser utilizada en la poesía.
Todo esto no significa que no haya un potencial transgresor en esta poesía. Y qué importante también, el no desanimar a un creador, en la utilización de este recurso: recuerdo un gran concurso realizado por Verso destierro en torno a este factor: el potencial transgresor en la poesía. Qué importante no desanimar a un creador, únicamente lo estamos “coucheando”, así como el transgresor nos obliga a nosotros como receptores a ampliar el umbral de la sensación de rechazo o repugnancia. Me explico: yo llego a una carpa, tomo asiento, y válidamente, el cómico puede decir: “ese cuatro ojos que acaba de llegar, y se sentó en la última banca, que cante por llegar tarde”. Perfecto. Es carpa, y se vale. Está ampliando mi umbral, ¿me explico? Pero entonces tengo derecho a pedirle que también sea cuidadoso con lo que diga enseguida porque tampoco me va a agarrar “de su puerquito”. Yo acepto palabras que me lleguen a doler, no hay problema por ejemplo en la página 48 la palabra vergas a mí me dolió, ¡y en plural! Pero ese dolor es saludable, probablemente me hizo bien. Y lo que dice un conductor de taxi al autor en un poema, a mí me dolió. “No hay amor más puro y sincero,/ que el de una puta con un ratero”. Pero ese dolor sería infructuoso si el autor no fuera capaz de destruir semejante desacierto. Porque eso, simple y llanamente, no es cierto. ¿Qué sinceridad puede haber en dos personas donde el dinero mal habido no alcanza a compensarse por el dinero bien habido?
En cambio, hay un potencial enorme en el eNe, cuando impreca: “Época actual./ Involución reiterada./ Vieja máquina de coser./ Voluntades agujereadas.// Época actual:/ revolución retardada,/ engranes oxidados,/ tuercas que hacen falta.// Mundo enfermo/ con verdades falsas./ Gente que camina/ sin saber a dónde va;/ nadie asume/ como suya la memoria/ ni es protagonista/ de su propia historia.// Aquí la ley se acata/ pero no se cumple:/ el código civil para los ricos,/ el penal para los pobres”.
¿Verdad que sentimos otro el eNe? Esta parte de su poesía yo la siento más fuerte que el juego de palabras con el gerundio /meando/ que estropea la novedad de movimiento puro de “Poemeando”, como respuesta a: ¿qué haciendo? “Puebleando, rockeando, poemeando”, sin evocar los riñones.
Es en cambio admisible el potencial transgresor en la prosa poética, en que se denuncia delicadamente la sexualidad como un trato tan solo fincado en el deterioro de lo cotidiano, en el comercio de las mercancías. No hay riqueza en una sexualidad así como plantea el autor en “Muertos de felicidad”, no importando que sea sexual u homosexual, sino su cometido comercial, incapaz de ver como importantes a “aquellos de su especie”.
Entonces dejo para el final de este domingo, aquel eNe que se me antoja, que me encanta cuando declara: “No somos puros ni de pies ni de cabeza;/ pero somos pies/ y somos cabeza”. A ese maestro que va alzándose ya, al definir: “(somos) termitas en el tendedero del alma,/ nueces/ que se guardan corazón adentro;/ trenes que parten a destiempo… Somos la distancia que hincha de carne los te quiero”.
Ahí está la verdadera poesía del eNe, que podrá hacerse todo lo tosco, todo lo enojado, lo malvado que quiera, y en el fondo te rodea, te toca y te hace caer:
“Somos un viernes de películas feroces,/ y yo El Torito andando/ en lo profundo de tus piernas”. Es el poeta quien deja ver que hay alegría de cómplice en el amor. Se recibe y se da con lo que hay, con lo que hay, y a esa clase de amor, enseña el eNe, es inútil renunciar:
“déjame tocar tu ombligo desde adentro,/ acariciarte las entrañas/ con mi punta más certera”.
¿A ver quién podría criticar entonces al eNe?, ¿quién podría criticar, en vez de amar? Vean su registro real del fenómeno de la venta de las ideologías: “Los dueños de las puertas,/ los que ocultan el sol/ con el dedo verdugo/ que mata en nombre de dios,/ los que niegan el derecho a la voz,/ los del miedo:/ han de soltar lágrimas y sangre/ a la orilla de nuestros besos”. A ver, quién me dice algo contra: “Los rebeldes se rebelan,/ pero comen pollo los domingos”. Espero que la intensidad y valor de la transgresión sea clara para todos.
Es todo lo que pido para poder gritar mi “¡Bravo!” enardecido con este poeta, cuando admite en “Sucederá”: “Dicen los que saben/ que cuando el hambre/ entra por la puerta,/ el amor salta por la ventana.// Que dios no es real,/ y sin embargo existe… Que el problema nunca/ ha sido cambiar el mundo,/ sino ponernos de acuerdo… Pero ahí le dejo de encargo, marchanta:/ no faltará quien quiera el puesto/ para ejercer como el gurú de los pendejos”.
Es todo lo que pido el eNe. Yo creo que esto, es la verdadera transgresión. No quedarse en la provocación tímida o previa, acaso inútil, sino pensar, pensar, ¡pensar con todo el cuerpo!
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