martes, 15 de abril de 2014
Nuevo lanzamiento: "Tan oscuro como el día", antología de cuentos
lunes, 25 de noviembre de 2013
Rojo: Jam de hermenéutica
El joven poeta Martín Rangel (1994), presentó el día sábado su primer poemario titulado Rojo. He de confesar, como muchos lectores, que el atreverse a escribir desde una corta edad es casi tomado como una afrenta ante los poetas o escritores ya consolidados, si es que el producto que se expone no es maduro o no tiene la calidad literaria necesaria para sobresalir. Sin embargo al leer a Martín Rangel ha sido para muchos de nosotros una grata sorpresa. Quizá siempre estemos pensando por el autor y le atribuyamos los versos de Guillermo Vega Zaragoza en su poema Vaivén “mira si seré pendejo o despistado/que creo que es poseía cualquier cosa que escribo”, pero éste caso es distinto. Los poemas de Martín Rangel muestran madurez; como lo expone Dalí Corona: “los poemas de Rangel retan al lector a hurgar en la soledad de su cuerpo y que nosotros atravesemos ese umbral del desamparo, para así poder ver con los ojos del poeta”. En éste caso he ido más lejos al querer ver con los ojos del poeta y así descubrir lo que se refleja en sus poemas. Martín Rangel surge de una época de completa mezcla; ha leído a los exponentes clásicos, contemporáneos y posmodernos de la poesía. Así como su formación humana educada por generaciones que venían de una liberación del hermetismo ideológico, hacia la búsqueda de una libertad. Su formación en la infancia podría denotar el actuar de él y varios de su generación bajo el título de: Sólo hazlo.
Él es parte de la llamada generación Y, la cual tiene por cualidad ser autodidacta, independiente y sin, muchas, restricciones. La poesía de Rangel, refleja la soledad y pérdida de los sentimientos de humanidad que ha traído consigo la supuesta liberación. En su poema “sinfonía de bucles” hace referencia a la obsolescencia humana vista como un producto, él escribe: el tiempo importa poco/ el cuerpo es cosa de usar y tirar. La soledad y la destrucción que ha traído la supuesta conectividad y compañía entre humanos queda al descubierto en su poema “para sentirse solitario” que incluye los versos: hace falta –primero- sentirse solitario/para mirar sobran los ojos/ y sobran los pensamientos. La sociedad actual nunca se siente sola, aunque de las más solitarias en toda la historia. Martín detesta lo establecido y la inmediatez al reflejar el sacrificio humano, casi inexistente en nuestra actualidad, en el cual el amor ágape o al prójimo supera por mucho al eros (imperante ahora) en su poema “de pronto me parece que todo ha de hundirse” mostrando el sacrificio humano en los siguientes versos: ahora mismo pienso/que si el amor tiene de sí/un rostro áspero/un camino espinoso/ese es el mismo que recorro/para que no lo andes tú.
Este poeta también sabe de la condición humana, que nace un día y sin más muere; sin buscar más que en la desdicha se regodea en su misma destrucción, como lo demuestra en su poema Aprés Gulliame, que no es más que el reflejo de la vileza del hombre, de saberse nada ante el universo. Quizá haga referencia a pasajes bíblicos, dónde el hombre a pesar de esto, es dichoso de ser recordado o de simplemente ser, como lo muestran las siguientes líneas: ¿qué hay de aquellos/ que miraron el rostro de dios/y no pudieron sino callar/ y morir luego? Martín es un poeta que habla de la decadencia y pasividad de nuestra era, sin embargo el crea a partir de la destrucción de lo ya establecido. Su poesía es un reflejo de la sociedad actual y cuando el arte realiza ésta función es una de las formas más loables de revolución. Porque el arte es revolución y es lo único que tiene la capacidad de calar hasta nuestro interior y hacernos crear a partir de lo que creemos se ha perdido.
sábado, 9 de noviembre de 2013
Venancio Neria gana concurso de minificción
miércoles, 6 de noviembre de 2013
Hacer poesía es pensar con todo el cuerpo
miércoles, 24 de julio de 2013
Adelanto de nuestro nuevo plaquette "Trastumbo"
Padres nuestros
Venancio Morten Neria
- I -
Pardeaba la tarde, y la polvareda que dejaba tu paso les hizo imposible el privilegio de los ojos. Dicen que viniste a preguntar por su sombra. Nadie supo darte razón. Nadie volvió a saber de ella, desde el día en que tu perro se murió de no comer y no moverse del montón de tierra y lágrimas, donde te dejamos a que los gusanos te volvieran polvo.
-II-
Yo, papá, pagué para tu reposo un lugar entre nubes, con el agua envenenada que me sale del costado y bocanadas rojas venidas de donde reside el amor con que te nombro; pero nunca los innobles hemos conseguido la indulgencia, con apenas el salario de arrendar liendres y olvido.
-III-
A la Rosario no la han vuelto a ver, pero de ti, cuentan que vienes de noche y te escabulles entre la negrura, haciéndote uno con ella, con la que guardó sus pasos nada más para encaminarse a ti. Dicen que te han escuchado pasar a trote lento, por las calles que llevan a La Cruz. Ni el Ave María te ahuyenta. Pero no hay venganza que busque tu penar; son los besos pendientes lo que reclamas, cuando la luna llena se duele largo, por el reflejo de la plata que destella en la botonadura de tu traje.
-IV-
La Juana no vino, como las otras, a decirte adiós; dicen que el dolor la tiró lunas enteras en la cama. Yo le llevé esa noche la serenata que tú no volverías a cantarle, pero no salió, ni siquiera cuando arreció la lluvia con que la noche también sentía que te marcharas, dejándola preñada de espantos y la ausencia que prodigaste a los muchos hijos que fuiste regando mientras pasaba la vida.
-V-
Si supieras, papá, tengo tanto qué contarte: se llama Laura y tú nunca la amaste, porque la vida no te dio tiempo de toparte con la altura de sus senos de gaviota herida. Fui yo quien la encontró, así nomás, como suceden las lluvias de mayo. Hoy es tu hijo el que la ama, desde este norte salvaje donde no tengo su cuerpo por más tiempo que los días del abandono. Viene como las luciérnagas con la temporada de aguas, y después se pierde en el silencio que tejen el sur y la distancia… ¿Cómo le hiciste para que se fueran las que te amaron?
Ayer le mandé un recado:
Esperaba verte antes que terminara el año, pero nunca llegaste; no volviste a llamar, y me quedé esperando tu palabra, mientras colgaba los abrazos que guardaba por si acaso regresabas con frío.
Compré para ti, dos bolsas de yerba y un mate de cerámica con bombilla.
Una cruz amarga me dibujé en la boca, y me senté a esperar más días helados de este invierno sin ti.
Si regresas, procura quedarte a matear, que yo estaré cebando para ti la mejor yerba, con agua derramada entre cardones...
-VI-
¿Desde qué nube trepada tus ojos nos otean, papá? Ando mirando para arriba como cuando era niño y jugábamos a encontrar toros y palomas escondidos en el cielo que cobija el campo. Recuerdo que hace mucho me regalaste todas las estrellas de una noche de agosto; las fuiste nombrando mientras me decías cuánto me ibas a extrañar cuando te murieras. Qué lejos estaba yo de entender tanta tristeza desbocada, y de saber que llegaría enfundada por la caja de raso y palo donde mis hermanos te pusieron a reposar tu último sueño.
-VII-
Yo, que nunca supe de espantos, escuché en medio de la noche a una mujer gritar para atrás las letras de tu nombre, papá. ¿Qué contendrán los rezos desde los que te llaman? Dicen que vienes, pero yo no he sabido convocarte para que me traigas envuelto en tu sarape, un pocillo rebosado de la esperanza que le falta al hijo tuyo que no nació con un carbunclo ardiendo en el fondo de los ojos, desde los que ya no se adivina la sangre que nos traba.
-VIII-
Después de tu entierro, regresamos por veredas oscuras hasta la casa donde te estuvimos velando. Nueve días más tarde levantamos tu cruz, y aquí la traigo todavía, con este no entender que me carcome la boca, mientras la vida me mata, sin tu mano oscura y callosa para defenderme de la muerte que, muy pronto, me hará tropezar con un palo de azada.
-IX-
La madre de tu nieto más chico se fue una mañana de domingo. Dejó regados en la mesa los anillos que cada viernes le di para jurarle, una y más veces, este amor al que ya no le crecen ramas y nidos, igual que le ha pasado a los árboles de tu patio quemado. Hoy su mirada se tiende interminable, sobre el mundo en que Sanjudas le cuida los pasos al niño que crece con la piel de chocolate y sierra que le dejaste en prenda de tu nombre de charro y de cantor; el mismo con que nos marcaste en el pecho las iniciales de tu ausencia.
-X-
Yo de niño miraba en tus ojos el futuro. Ahora que te fuiste, en los profundos huecos de tu cráneo sin aves ni casas blancas, sólo alcanzaste a heredarme las tinieblas.
-XI-
Ni Lucha o Lola podrían cantarte ahora, papá. Mi madre se dejó llenar la boca de tepetate y lloros, varios años antes de que te fueras. Yo nunca aprendí a entonarme. Sin embargo, tus nietos todavía se conmueven, cuando el mariachi rompe el silencio al que nos condenó la puta muerte que vino a desmantelar nuestros anhelos.
-XII-
Papá, cuando te busco en las fronteras de la noche, el cielo se derrumba de pájaros muertos...